martes, 21 de agosto de 2007

Las alfabetizaciones digitales
José L. Rodríguez Illera

Universidad de Barcelona
(publicado en la revista Bordón, vol.56, 2004)
RESUMEN
En este artículo se analiza el concepto de alfabetizaciones digitales,
enfatizando los cambios en la idea de alfabetización y los efectos
sobre las denominadas “nuevas alfabetizaciones”. Se proponen los
ejes principales para analizarlo, considerando con más detalle lo que
suponen las nuevas prácticas de escritura en el caso de la
multimedialidad. Finalmente, se insiste en considerar que las
alfabetizaciones digitales requieren ser consideradas como un campo
de investigación educativa y no sólo como formación en el uso de los
medios digitales.
El tema de la alfabetización digital (o electrónica) requiere unas distinciones iniciales que
lo sitúen en el interior de un marco teórico desde el que se va a analizar. Pues, de lo
contrario, la imagen más inmediata que evoca es el aprendizaje de determinadas técnicas, y
quizá alguna competencia asociada, en una concepción funcional de la alfabetización, es
decir la adecuación de una alfabetización genérica al contexto práctico que han introducido
las tecnologías informáticas y comunicativas: aprender a usar los ordenadores, las
aplicaciones generales, el procesador de textos, el correo electrónico, los navegadores y un
largo etcétera difícil de delimitar. Claro está que este enfoque es necesario, y no se pone en
cuestión, pero pensarlo como único deja fuera las aproximaciones diferentes a lo que es
la alfabetización, a la vez que reduce la revolución digital a un conjunto de aplicaciones.
1. Cambios en la idea de alfabetizacion
La primera distinción está referida al término mismo de "alfabetización". No sería justo
tomarlo como algo ya dado, sobre lo que hay unanimidad. Al contrario, pocos términos hay
tan complejos: frente a la vieja idea de considerarlo sólo como aprender a leer y escribir, la
terminología inglesa de literacy nos muestra matices de sentido muy importantes (en lo que
sigue entenderemos alfabetización como literacy, como cultura/prácticas escritas o
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letradas). Lo mismo ocurre si observamos su breve pero polémica historia. Sin pretender
ser exhaustivos, nos parece necesario revisar brevemente los principales cambios y
discusiones.
(a) de un concepto psicológico de lectura a una concepción social de la alfabetización.
Quizás este es el cambio más significativo de todos, como señalan Lankshear y Knobel
(2003), el recorrido de un continuo en el que las primeras ideas sobre la alfabetización la
pensaban únicamente como la adquisición de unas capacidades cognitivas, es decir como la
adquisición de un código, en el caso de un código de correspondencia entre lo escrito y la
palabra hablada, la lectura, o entre el pensamiento y la lengua escrita, la escritura. A esta
concepción contribuyeron, sin duda, el acceso restringido que durante siglos rodeó a lo
escrito, y el papel, interesado por sus orígenes de clase pero liberador, de la escuela pública.
Sin duda, la obra de Freire (Freire y Macedo,1989), y su concepción social y política de la
alfabetización, mostró cómo detrás de la lectura, y de la lectura inicial, se encontraba una
concepción del mundo, y que los textos mismos no eran tan asépticos como los ejercicios
de lectura suponían.
De modo paralelo, otros autores que provenían de la lingüística hicieron un camino
parecido en los resultados. Bernstein (1972) y Halliday (1978) son sin duda los más
destacados por su concepción social del lenguaje, así como por la influencia mútua en sus
respectivas teorías. Y, a su lado, un buen número de lingüistas, sociólogos, sociolingüistas,
y pedagogos (entre ellos: Gee, 1996; Bourdieu, 1977) que han intentado repensar el
lenguaje, el habla pero también la lectura y la escritura, como algo que es intrínsicamente
social y que no puede ser contemplado como "sólo" lingüístico.
Un tercer factor influyente ha sido la consideración de la alfabetización como una cuestión
de política educativa, no únicamente ligada a la educación formal: por ejemplo, el
descubrimiento de un número muy importante de adultos analfabetos, ya en la década de
los 70 y en Estados Unidos, supuso colocarla en el centro de la atención.
Un cuarto factor ha sido el influjo de los estudios socioculturales, en particular el trabajo
pionero de Luria (1976), Scribner y Cole (1981), así como de Olson (1994) en relación a la
escritura, se pueden considerar decisivos para comprender la relación entre la
alfabetización, las capacidades cognitivas y el medio social –especialmente la escuela.
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(b) Competencia, proceso, práctica.
Además de un enfoque social y no sólo psicológico o lingüístico, el otro grupo de cambios
que se han producido, siendo también conceptuales, están más centrados en la manera de
analizar la alfabetización, y responden a varios ejes que se entrecruzan.
Por una parte, la alfabetización es contemplada como una competencia (en oposición a una
realización o performance), es decir como una capacidad cognitiva capaz de generar
numerosas realizaciones concretas. Las concepciones educativas sobre la competencia son
muy valiosas cuando se contraponen al simple análisis o evaluación de la realización, pero
lo son más si incluyen un componente social/cultural en el núcleo mismo de la idea de
competencia, es decir tratando a la alfabetización como una competencia comunicativa y no
sólo lingüística o cognitiva, es decir como una competencia social que toma en cuenta el
contexto de comunicación, cultural e interpersonal en el que se produce.
Por otra parte, la alfabetización suele ser vista como un proceso que tiene un final: el sujeto
alfabetizado. Los analfabetos o iletrados (cualquiera de ambas palabras es realmente
despectiva y sólo enuncia un estado negativo) son los que no han pasado por ese proceso, y
dejan de serlo al pasar por él. Sin embargo el proceso en sí mismo es poco considerado
pues se piensa como un trámite, educativo, para alcanzar un estado final. Incluso en las
alfabetizaciones funcionales, o en las digitales, el objetivo último es un estado final
alfabetizado. Este esquema de pensamiento es claramente insuficiente por dos motivos: a)
no contempla el carácter procesual de muchos contenidos alfabetizados, que lejos de
acabarse en un momento dado, continúan evolucionando y cambiando en momentos
posteriores (como, por ejemplo, los propios contenidos digitales que no paran de ser
cambiantes, o los propios de las distintas funcionalidades que pueden ser diferentes para
cada sujeto); es, si se quiere, un proceso abierto con re-alfabetizaciones. b) tampoco piensa
el carácter gradual de la alfabetización: incluso los que leemos este texto somos analfabetos
en otros géneros (discursivos, textuales), en otros dominios funcionales, o incluso en otras
lenguas (algunos pueden hablar o comprender una lengua extranjera sin saber escribirla;
otros pueden leer o escribir correos electrónicos sin saber hablarla). El carácter gradual de
la alfabetización es reconocer que se trata de un continuo, si se quiere de tipo competencial,
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en el que hay muchas posiciones y no sólo dos categorías (alfabetizado/analfabeto).
Caviglia (2003) ha sugerido incluso hablar de "alfabetización avanzada" para referirse a
formas alfabetizadas que van más allá de saber leer y escribir.
Finalmente, la alfabetización puede ser pensada como una práctica, es decir como una
actividad del sujeto que es significativa y que, además, transforma la realidad. Práctica, en
este sentido, se contrapone a performance, también a habla (en la pareja lengua/habla), y,
en general, a las concepciones que ven en la actividad la simple concreción de una
estructura preexistente (Bourdieu, 1972). Dicho de otro modo: cuando se lee un texto no se
lleva a cabo simplemente una actividad alfabetizada de lectura, entendida como
descodificación de un documento lingüístico, sino que es mucho más: un acto determinado
culturalmente (cada práctica alfabetizada tendría un formato propio diferenciado: no es lo
mismo leer un libro que un periódico, un anuncio, o una página web), en el que el sujeto
lector se transforma por la lectura a la vez que se apropia del texto de una manera personal.
Pensar en prácticas alfabetizadas, o letradas, es enfatizar las diferencias individuales y
culturales que hay en cada actividad, y no colocarlas todas bajo el rótulo común de
"lectura" o "escritura".
En general, la reflexión sobre el uso y consecuencias de la tecnología en contextos
educativos ha tendido a uniformizar mas que a diferenciar. Quizá por un exceso de
generalidad teórica, o por no utilizar modelos más complejos, lo cierto es que el acento se
ha puesto en la tecnología o/y en las metodologías didácticas, casi no pensando las
diferencias individuales sino como efectos medidos en resultados. La idea de práctica, por
el contrario, cambia el foco de análisis: dejando de preocuparse únicamente por los
resultados, y mostrando la relación entre el contexto cultural (y tecnológico) y las formas
de utilización concreta por los sujetos. Algo parecido ocurre con la alfabetización1. Como
ya recordaban Scribner y Cole (1981, 236) al analizar el concepto de práctica en su estudio
sobre la alfabetización entre los Vai: "...enfocamos la alfabetización como un conjunto de
prácticas socialmente organizadas que hace uso de un sistema de símbolos y de una
tecnología para producirlo y diseminarlo. La alfabetización no es simplemente saber cómo
leer y escribir un texto determinado sino la aplicación de este conocimiento para propósitos
específicos en contextos específicos. La naturaleza de esas prácticas incluyendo, desde
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luego, sus aspectos tecnológicos determinará los tipos de habilidades asociadas con la
alfabetización."
En resumen, ambos tipos de cambios conceptuales, los referidos a enfatizar el carácter
social de las prácticas letradas (como hace Viñao, 1992), y los que cuestionan un análisis
simple en términos de una competencia alcanzada y realizada casi mecánicamente ante
distintos textos, nos llevan a considerar la alfabetización como un problema complejo, casi
como un espacio de análisis, con límites imprecisos, en el que se han incluido muchas
situaciones y actividades que antes no se consideraban. ¿Hacia dónde nos lleva este giro
teórico que se ha producido? ¿Cuáles son las consecuencias para la idea de alfabetización
digital?
2. Las Nuevas alfabetizaciones
La consecuencia fundamental es aproximarse de otro modo a las actividades humanas en
las que hay una intermediación de la cultura escrita (esté en el soporte en el que esté, sea
papel o pantalla). Ampliar el concepto de alfabetización más allá de los aprendizajes de los
sujetos no-alfabetizados (niños o adultos), y ver prácticas culturales y de apropiación
personal siempre que exista mediación escrita, no sólo cuando los sujetos están
aprendiendo sino cuando ya son "competentes", no sólo en situaciones educativas formales
sino en cualquier situación.
Parte de estas ideas están en la base de una nueva conceptualización, en un doble sentido:
en los llamados "Nuevos" estudios sobre la alfabetización, es decir un sector académico que
reivindica la orientación teórica, pero también en el redescubrimiento de prácticas "nuevas"
que no habían merecido mucha atención hasta hace unos años, o bien que son nuevas por
no haber existido previamente.
Los "nuevos" estudios sobre la alfabetización, representados de forma paradigmática
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(aunque no exclusiva) por un colectivo que publicó un manifiesto en 1996 (The New
London Group, 2000), amplían el alcance de sus intereses en varios aspectos: a)
enfatizando el carácter plural de las alfabetizaciones, lo que denominan las
"multialfabetizaciones", es decir no limitándose al lenguaje oral y escrito, sino a cualquier
forma de manifestación comunicativa y cultural. Esa ampliación supone también resituar el
papel del lenguaje en el interior de otros sistemas de comunicación; b) elaborando una
concepción crítica de la alfabetización, esto es, una concepción que (en la línea de Freire y
de otros autores) niega el carácter neutral de la misma y que la sitúa como un conjunto de
decisiones sociales y políticas; c) conectando la crítica y la ampliación temática con la
educación, de manera que el papel de los profesores es cercano al de diseñadores de
experiencias y de prácticas, mediante las que se configura qué se aprende y cómo se
aprende de manera simultánea. Reivindicando, por tanto, el carácter crítico y político de la
educación, a la vez que poniendo el énfasis en los procesos de producción, tanto para
profesores como para estudiantes, mas que en los de recepción, consumo o análisis.
En paralelo a estas aportaciones académicas, otros autores han lógicamente "descubierto"
cómo los nuevos medios han influido en las prácticas cotidianas (no únicamente
alfabetizadas) en distintos contextos: educación, trabajo, hogar, grupos de amigos, etcétera.
Se puede pensar que, en gran medida, son una extensión de los Media Studies, o, en nuestro
caso de los estudios de Comunicación que vienen a ser parecidos, aunque más aplicados, a
los Media Studies. Su interés para pensar las nuevas alfabetizaciones es, en parte, el tener
una descripción detallada: algo tan obvio que, sin embargo, no existe. Algunos autores han
propuesto realizar un triple trabajo sobre las alfabetizaciones digitales que consistiría en
una descripción de las mismas (siempre cambiante), un análisis de sus modos de
funcionamiento y una crítica de sus implicaciones.
Al lado de estas aproximaciones hay otras, más académicas, que se han centrado en intentar
discernir qué se entiende por alfabetización digital. Así Bawden (2002) en una amplia
revisión sobre los conceptos de alfabetización informacional y digital, realizada desde el
punto de vista de los bibliotecarios, señala cómo la primera es un conjunto de definiciones
no siempre coincidentes, que si bien insisten sobre el mismo núcleo (la capacidad para
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utilizar las fuentes digitales de información), no pueden llegar a acuerdos. De alguna
manera el informe de Bawden muestra cómo incluso en un área más restringida que la
educativa es muy difícil llegar a definiciones. Lo mismo puede observarse en una lista
aplicada de rasgos o características como la que ofrece Larsson (2000), más cercana a la
enumeración de destrezas. Gilster (1997) en un libro conocido sobre el tema de
alfabetización digital no ofrece una lista mínima sino que se centra en la discusión teórica,
y ha sido por ello criticado. También Gutiérrez (2003) lleva a cabo una reflexión teórica,
por momentos aplicada, así como una revisión de conjunto de las aproximaciones a la
alfabetización digital. Cassany (2000) revisa las características diferenciales de la lectura y
escritura digitales en relación a las analógicas, y piensa la alfabetización digital como un
modo específico de alfabetización funcional --a su vez dependiente de la alfabetización
tradicional, leer y escribir. Esta manera de enfocarlo es más clara que otras, pero reduce la
alfabetización digital al lenguaje verbal y presupone una jerarquía lógica que no es evidente
--p.e. si consideramos la alfabetización mas como un proceso que como un estado.
En definitiva, los intentos por ofrecer un enfoque común o único de lo que se entiende por
alfabetización digital (o electrónica, o en red, o, incluso, informacional) no llevan a
soluciones claras. Creemos que es así, inevitablemente, por varios motivos: 1)
especialmente por el ya señalado de la renovación conceptual en torno al concepto de
alfabetización. Resultaría ilógico que un campo en transformación pudiera proporcionar
una definición única de un conjunto de prácticas mal definidas, que están en expansión y
cambio constante. 2) por las distintas pertinencias con las que se enfoca. Es suficiente con
revisar los numerosos libros y artículos dedicados a pensar la alfabetización, y la digital en
particular, para comprobar que hay muchos puntos de vista legítimos y, en general, poco
coincidentes.
No se puede decir que esta situación dispersa sea consecuencia del giro teórico comentado
anteriormente, sino que es casi consustancial con un concepto que, más allá de sus recortes
científicos por varias disciplinas, se nos muestra como profundamente ideológico y campo
para enfrentamientos teóricos.
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3. Agenda de investigacion y de aplicacion educativa
3.1. Los problemas
La revisión anterior muestra cómo lo que se esconde detrás de la expresión "alfabetización
digital" es mucho más que una lista de destrezas para manejar ordenadores e Internet. Por
ello mismo, quisiéramos dedicar esta parte a proponer algunas ideas desde un punto de
vista pedagógico, así como enfatizar la importancia de un programa de investigación a
largo plazo.
Una agenda de investigación educativa de las alfabetizaciones digitales supone, ante todo,situarse ante la revolución digital de una manera determinada, con un esquema depensamiento, una mentalidad concreta. Algunas de las ideas esbozadas nos han mostrado hasta qué punto la manera de pensar la alfabetización ha cambiado en los últimos años, y en la mayoría de los casos sin una conexión directa con las prácticas digitales. Por ello mismo,el pensamiento pedagógico sobre las alfabetizaciones digitales depende de cómo contemplemos la aproximación más general a la era digital, y consiguientemente tanto la práctica educativa como la investigación estarán enmarcadas en esa aproximación.

Estas aproximaciones han sido, a veces, denominadas "metáforas" (Nardi y O’Day, 1999), otras "mentalidades" (mindsets). Todas enfatizan cómo la manera de aproximarnos a la tecnología digital nos hace ver unos aspectos y omitir otros. Por ejemplo, si se consideran las tecnologías como una herramienta (para educar), se tiende a pensarlas como algo que es medido en función de su eficacia. Si se piensan como parte del entramado social, casi de una manera ecológica, la aproximación diluye su eficacia instructiva y las resitua en un contexto mucho más amplio. Lo mismo ocurre si se tiene una mentalidad "interna", es decir la de aquellas personas que ya han conocido las tecnologías digitales como parte de su mundo (de manera parecida a lo que ocurre a otras personas con tecnologías anteriores como el teléfono o la televisión), y que las utilizan para comunicarse, aprender o divertirse de manera espontánea, como si fueran "nativos". Por el contrario, una mentalidad "externa" supone haber aprendido a utilizarlas ya de adultos, como algo completamente nuevo y no siempre bien comprendido. Las mismas actitudes y mentalidades determinan su utilización escolar, siempre realizada, en el mejor de los casos, por profesores que tienen una mentalidad "externa" hacia las tecnologías y el mundo digital.
Es posible, por tanto, que cualquier intento por establecer un programa de acción
educativa deba realizarse a corto y medio plazo, descartando el largo plazo no sólo por motivos de cambio tecnológico sino también por el cambio generacional, que supondrá el acceso de personas que verán las tecnologías como nativas, adoptando además metáforas cada vez menos instrumentales. Y, por otra parte, el intento de un programa de investigación sobre las alfabetizaciones digitales supone, al mismo tiempo, considerar que los conceptos básicos de educación y de aprendizaje no están exentos de una redefinición, que los acomode o incluso que los re-piense a la luz de las nuevas formas comunicativas en las que se fundan las prácticas alfabetizadas. Hay muchos autores que defienden un formato
radical de este tipo de programa de investigación, considerando casi como un presupuesto la necesidad de redefinir el aprendizaje y la educación en el contexto de las tecnologías digitales (p.e. Gee, 2003; Soetaert y Bonamie, 1999), uniéndose así a un gran sector de pensamiento crítico sobre la educación y el aprendizaje que, proviniendo de otros enfoques, ha mostrado cómo esa necesidad de repensarlos es anterior a la era digital. Lo que parece cierto es que los intentos por asimilar las nuevas formas comunicativas y culturales a viejos esquemas educativos no puede hacerse sin modificar estos últimos. Esta es la opinión, ampliamente fundamentada, de Bereiter (2002) cuando argumenta sobre los
fines últimos de la educación y repiensa la concepción individualista del conocimiento en la era digital (del conocimiento en general y del educativo en particular, pues para él no hay diferencias). Otras aproximaciones que no contemplaban lo digital sino como algo relacionado con los ordenadores y con la programación, o que sólo ven en la alfabetización digital un componente instrumental (aprender técnicas y destrezas, determinados programas o aplicaciones, en una estrecha concepción funcional) están claramente mal enfocadas, tanto en el contexto de los nuevos estudios sobre la alfabetización como en el análisis más amplio y global de la era digital (Castells, 1996).

Con todas las precauciones y matices señalados, ¿cómo proceder?, ¿cómo aprovechar educativamente los análisis críticos sobre la alfabetización y los cambios que lo digital y los nuevos medios han introducido en nuestras sociedades?, ¿cómo cambiar también la educación? Ciertamente no hay una respuesta única, ni probablemente buena ante tales interrogantes. Sin embargo, sí que resulta cada vez más claro que es necesaria una discusión amplia sobre las alfabetizaciones digitales que vaya más allá del aquí y ahora. Y que un formato posible para esa discusión es proponer una agenda de investigación y de
acción --con todos los problemas y parcialidades que pueda contener.

3.2. Distinciones y ejes de análisis
Las alfabetizaciones digitales pueden descomponerse, al menos en un primer movimiento analítico, en un conjunto de ejes interrelacionados: a) unos claramente tecnológicos,relativos a la materialidad que soporta las prácticas alfabetizadas; b) otros relacionados con las competencias lingüísticas y extralingüísticas, o, en general, con las capacidades cognitivas asociadas a su uso; c) otros relativos a las prácticas, a su contexto, a cómo son usadas y a las consecuencias sociales y personales de esa utilización; d) otros, en fin, a la capacidad crítica para pensar las prácticas digitales como prácticas socialmente construidas.

Estos son ejes interesados, en el mejor sentido, es decir que se proponen porque permiten plantear preguntas interesantes, y son a la vez una posibilidad metodológica entre otras. Por poner un ejemplo del tipo de preguntas, el cuarto eje nos permitiría preguntarnos qué se considera una práctica alfabetizada y quién la define como tal2.
Quizás el menos nítido de estos ejes es el que aparenta serlo: los fundamentos
tecnológicos de las alfabetizaciones. Detrás de poder nombrarlo de manera simple se encuentra una amplia problemática sobre cómo pensar la tecnología y los nuevos soportes de inscripción y escritura que están en la base de las nuevas alfabetizaciones. Las tecnologías digitales no son excepción, al contrario ocupan un lugar nuevo en la larga historia de las tecnologías, y no hay un acuerdo sobre cómo relacionar las tecnologías con los desarrollos sociales: desde quien piensa, como McLuhan, que son ampliamente deterministas y que sus cambios conllevan cambios en la configuración de la sociedad de manera directa, hasta quien las ve, como Williams, siempre como un proceso social en el que son integradas de una u otra manera concreta.
Las tecnologías son ante todo, y eso McLuhan (1964) lo mostró con fuerza, materialidades que transforman la manera de realizar acciones, a las que cambian por su propio medio y sus características físicas.
Las tecnologías digitales marcan diferencias importantes incluso con otras recientes, especialmente si consideramos el ordenador como la tecnología más representativa de un largo listado (fotografía y video digitales, teléfonos móviles, PDA, audio digital, realidad virtual, comunicaciones inalámbricas, etcétera), que sólo contemple las tecnologías físicas
y no las relacionadas con el software.
El ordenador es un medio pero, a la vez, es un auténtico metamedio que incorpora
digitalmente lo que antes eran medios analógicos separados. Esta característica es central para relacionar el mundo digital con lo que no lo es: el ordenador es capaz de procesar y
representar todo tipo de información digital de manera integrada, algo que es
completamente imposible en el mundo analógico en el que, a lo sumo, dos medios se unen
si comparten el canal físico de transmisión (como la televisión que integra audio y video, o
la imprenta que permite unir el texto escrito y las imágenes). Esta capacidad "metamedial"
se va extendiendo a otras pantallas gobernadas por procesadores digitales: los PDA que
contienen un teléfono móvil, o los teléfonos móviles que contienen una cámara digital, en
un proceso de convergencia tecnológica continuo. Pero la importancia de ser un metamedio
radica en dos aspectos: 1) uniformar muchas de las características diferenciales de los otros
medios en torno a un conjunto de propiedades específicas de lo digital; 2) ofrecer una
experiencia unificada al usuario, que la recibe en un contexto de recepción específico --el
que propone el ordenador como medio, en el caso siempre a través de una pantalla que
vehicula una interfaz.
¿Cuáles son esas propiedades específicas de lo digital? ¿Existe algo como un núcleo de
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características diferenciales? En cierta manera sí que existe y se puede considerar como
distintivo de las tecnologías digitales en relación a las analógicas, aunque matizado
doblemente: pues no está tan directamente relacionado con el medio de las tecnologías
digitales (por su carácter "metamedial") como los medios anteriores, que iban unidos al
canal físico de transmisión y a la forma "monomedial" de la interfaz --sólo así se puede
considerar que la posición determinista de McLuhan no se aplica a las tecnologías digitales.
Además, esa manera de caracterizarlas supone la suspensión, momentánea, de considerarlas
insertas en prácticas, cotidianas, educativas, que resitúan la importancia de sus
características comunicativas según otras pertinencias más concretas o aplicadas.
De hecho, es casi un lugar común distinguir varias de esas propiedades específicas, que
aglutinarían lo distintivo de las tecnologías digitales, y que constituirían por tanto un eje
principal de las alfabetizaciones digitales. Esta forma de plantearlo pemite volver al
aprendizaje de destrezas informáticas, lugar común de la alfabetización digital en muchos
programas educativos, no tanto por la particularidad de las aplicaciones informáticas
implicadas (ni, en este momento, por la práctica a ellos asociada como pudiera ser el
aprender a realizar documentos escritos en un contexto determinado), sino por un rodeo que
sitúa la práctica docente de una manera más abstracta. Las propiedades específicas actuales
de las tecnologías digitales son: la digitalidad, la interactividad, la hipertextualidad, la
multimedialidad, la virtualidad y la conectividad o funcionamiento en red.
Estas propiedades son mas bien graduaciones dentro de un continuo que oposiciones
absolutas --con excepciones como la propia digitalidad. Pero tomadas en conjunto nos
permiten caracterizar a los nuevos medios, al menos de una forma diferencial. Desde el
punto de vista de las alfabetizaciones digitales su interés radica en analizarlas y
comprenderlas, para poder formular un programa educativo que busque no sólo el dominio
de determinadas destrezas informáticas sino la capacidad para utilizar esas propiedades en
cualquier contexto que lo permita.
3.3. Un ejemplo: multimedialidad, metamedialidad, multimodalidad
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Quizás la propiedad más llamativa y conocida sea la multimedialidad, que, en gran
medida, es un resultado del propio proceso de digitalización y del carácter metamedial de
los ordenadores. Pero entender los fundamentos tecnológicos de su origen no nos permite
comprender ni sus consecuencias educativas ni las implicaciones que tiene para las nuevas
prácticas alfabetizadas. Estas últimas son un conjunto enorme de realizaciones multimedia
(tanto en la enseñanza como en el arte o en los medios de información), que se han ido
invisibilizando progresivamente, hasta el punto de que hoy es prácticamente imposible
distinguir o encontrar mensajes "monomediales", es decir compuestos únicamente por
texto, excepto en casos concretos --mensajes SMS, correo electrónico sólo textual, etcétera
--, y a la vez cambiado la manera de comunicarse, llegando a constituir uno de los
núcleos de las nuevas formas de lectura y escritura electrónicas. La valoración educativa es
compleja, pues su valor depende más de la estructuración de los mensajes multimedia
(Rodríguez Illera, 2004) que de la multimedialidad en sí misma, por no mencionar cómo
pueden distraer centrando la atención en aspectos sólo ligados a la forma del mensaje.
Sin embargo, independientemente de su valoración, el impacto social como nuevas
formas alfabetizadas está ahí y en un lugar preeminente. Más allá de sus utilidad
instructiva, que por otra parte creemos que la tiene, el uso de lo multimedia ha pasado a ser
una práctica educativa habitual, por ejemplo bajo la forma de cd-rom, visita de páginas
web, o construcción de las mismas. La visión interna de lo multimedia es consustancial a la
experiencia de navegar por la red o de utilizar ordenadores: los usuarios nativos no esperan
que sea de otra forma, asumen que casi cada elemento gráfico de una página puede
desencadenar una acción: mostrar otra página, o una animación, agrandar una imagen o
emitir un sonido. Es decir, asumen como algo dado que las páginas y pantallas están
creadas con medios digitalizados, que el ordenador los integra en un experiencia unificada,
y que el autor de la web ha dispuesto la forma principal que tomará la comunicación,
eligiendo el medio o medios más adecuados.
Hay que reparar en lo que supone la experiencia de lectura de una pantalla multimedia:
1) que los medios están digitalizados (digitalidad); 2) que el ordenador y su pantalla, como
un nuevo soporte de escritura, es capaz de integrarlos (metamedialidad); 3) que el autor, y
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en algunos casos el lector por su propia condición activa, es capaz de elegir el modo
principal de significación, así como los que son secundarios pero integrados en la
significación global (multimodalidad)3. A estas características propias de lo multimedia, se
unen los procesos generales de diseño-producción y circulación-consumo, que determinan
la posición desde la que se genera o recibe el contenido multimedia, es decir de los tipos de
prácticas en las que los mensajes multimedia están insertos. Por otro lado, las
características propias están relacionadas, cuando se especifican en un diseño concreto, con
otras de las tecnologías digitales: su capacidad interactiva, el grado de hipertextualidad,
etcétera. Es decir, leer/escribir en pantalla supone, o puede suponer en la mayoría de los
casos, una experiencia diferente a la de la lectura o escritura tradicional por el carácter más
complejo y más rico en el tipo de medios posibles (Leu y Kinzer 2000; Rodríguez Illera,
2003). Lógicamente las capacidades para escribir y leer en estas nuevas pantallas son
también diferentes a las tradicionales.
La multimedialidad supone tratar el conjunto del mensaje que se compone en una pantalla
de una manera fundamentalmente gráfica, es decir como un agregado de medios que deben
ser puestos en un montaje espacial (y en ocasiones temporal), y cuya significación no
depende enteramente de ningún medio aislado sino de su totalidad. A diferencia de otros
medios que han ido construyendo sus códigos interpretativos a lo largo de muchas décadas
o centurias (como los periódicos, la fotografía o el cine), lo multimedia es un agregado de
todos ellos que, tomado en su conjunto, no resulta evidente en sus funciones de remediación
(Bolter y Grusin, 2000) ni de transducción entre medios, pues genera
significaciones nuevas difícilmente pensables anteriormente, y no siempre directamente
interpretables. No consideramos sólo las páginas web, que han adoptado una interfaz casi
estandarizada, por motivos ergonómicos y de usabilidad, incorporando unos principios
mínimos de coherencia --como los llamados roll-over, o la marcación de los enlaces
mediante el subrayado y coloreado del texto--, cuanto las aplicaciones multimedia más
complejas que exploran la capacidad significativa de los medios y de la interfaz en formas
no tan convencionales (Reiser y Zapp, eds, 2002). Por desgracia, no tenemos un “modo de
representación institucionalizado” parecido al del cine, como nos recuerda Plowan (1994),
para las aplicaciones multimedia.
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La composición gráfica de los mensajes, la integración de varios medios en una pantalla
plana, que tienen modalidades de significación diferenciadas, y aperturas a formas
hipertextuales e interactivas, es un problema de investigación y no únicamente de
alfabetización. Los intentos para pensar en qué consiste, desde el punto de vista de las
alfabetizaciones, este paso de la página a la pantalla (Snyder, ed, 1998, 2002; Taylor y
Ward, eds, 1998), muestran una variación y divergencia muy elevadas, y las formas
prácticas que adopta la enseñanza de esta nueva escritura (componer páginas web, diseño
de pantallas para aplicaciones interactivas, realización de documentos hipertextuales
simples), suponen casi siempre un equilibrio entre la experiencia de los profesores, algunas
indicaciones teóricas y consejos prácticos de bricoleur.
El hecho de que el “montaje multimedia” (por utilizar la palabra “montaje”, que enfatiza el
carácter construido de lo que vemos y oimos en pantalla, cercana al cine pero también a los
periódicos, y que tiene una historia propia como ha demostrado Abril, 2003) no esté
estandarizado, o que quizás no pueda estandarizarse de la misma manera que con otros
medios por la complejidad y características señaladas, no significa que no exista una
polémica importante sobre cómo realizarlo. Completamente ausente de los manuales al uso,
que aparecen como indicaciones prácticas transmitidas luego en cursos de alfabetización
digital avanzada, se desarrolla en los estudios sobre ergonomía e “interfaz humano” y está
muy lejos de poder considerarse resuelta. De hecho, la composición multimedial difiere
completamente según la perspectiva retórica (o incluso poética) que adoptemos, aunque sea
de manera tácita pues el problema comunicativo subyacente no suele pensarse en esos
términos sino más bien como algo directo, relacionado con la inter-faz, cercano a
concepciones comunicativas en las que la pantalla es sólo una mediación obligada entre un
supuesto emisor y un receptor también supuesto. Por ejemplo, los conocidos estudios sobre
usabilidad, centrados sobre todo en páginas y sitios web pero prácticamente ausentes del
terreno multimedial, intentan construir una gramática rudimentaria del montaje espacial y
de las categorías informativas subyacentes, proponiendo siempre algo parecido a un lector
modelo (Eco, 1979), implícito, como garantía o como crítica de la validez organizativa, e
interactiva, de las soluciones que el diseñador ha adoptado. Es decir, adoptan, en general,
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una perspectiva retórica pero basada en un modelo simplificado de comunicación.
La idea del montaje multimedia proviene de mucho más atrás que los medios digitales,
desde luego bajo formas mucho más simples y nada interactivas, pero que se han ido
construyendo desde hace ya varios siglos y siempre con intenciones educativas, primero
por la composición de textos y gráficos en un mismo espacio, organizándolo y dándole un
orden de lectura, recomponiendo incluso el valor de los signos y de los propios medios, de
su interrelación, y creando una nueva manera de significar. Más adelante, mediante los
medios audiovisuales, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, hasta llegar a la aparición de
los medios actuales, su progresiva institucionalización (Burch) y estandarización, y
actualmente su profundo cambio digital. Para nosotros todo este proceso previo es algo que
ya está dado, es un activo heredado como capital cultural en la escuela, en la familia,
mediante el cine y la televisión, como una forma fundamental de la modernidad, y en el que
hemos sido alfabetizados –al menos en nuestra capacidad lectora. Una buena parte del
montaje multimedia simple se ha incorporado culturalmente como una forma específica de
“conocimiento intuitivo” (Di Sessa, 2000), al menos en su modo canónico de recepción,
pero no así en la capacidad expresiva o productiva.
Discusión
Las alfabetizaciones digitales se nos muestran como uno de los grandes problemas educativos actuales: en un mundo cada vez más digitalizado, la idea misma de ser competente en las nuevas prácticas letradas está sometida a la tensión entre los nuevos medios y sus nuevas maneras de significar y comunicar y, por otra parte, a unas prácticas educativas muchas veces todavía pensadas para una sociedad que ya se ha transformado
profundamente. Existe, desde luego, una cuestión didáctica sobre cómo enseñar los conocimientos básicos necesarios para moverse en un mundo que incorpora, cada vez más, entornos de aprendizaje virtual y productos multimedia, teléfonos móviles con capacidades textuales, multimedia y de utilización de Internet, así como un conjunto de tecnologías en evolución y expansión constante. Esta alfabetización digital fundamental se da habitualmente entre el grupo de amigos, en el hogar, bajo forma de autoaprendizaje, y parcialmente en la escuela.
Pero existe también una problemática más compleja, que hemos intentado mostrar, relacionada con los marcos teóricos desde los que se contempla la alfabetización y, especialmente, la alfabetización digital. Repensar la alfabetización, más como prácticas letradas que únicamente como aprender a leer y escribir, pensarlas como un proceso y nosólo como un estado y enfatizar su carácter múltiple y, sobre todo, su dimensión social, son los cambios principales que han acontecido. La alfabetización digital supone, además, un nuevo medio, una variedad de ellos, que subyace a las prácticas y que las transforma de una
manera nueva, en un contexto global e intercomunicado que es también una novedad histórica, y que está cambiando no sólo la manera de relacionarlos con la tecnología sino la propia sociedad, y, por tanto, nuestras propias identidades y formas de aprender.
Al lado de estas constataciones se encuentran, sin embargo, cuestiones y problemas educativos que reflejan los cambios sociales pero que también son específicos, algunos de los cuales los hemos intentado ver más como cuestiones de investigación que simplemente como un programa aplicado de acción didáctica.

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NOTAS
1 La alfabetización digital entendida como práctica contiene también la idea de los eventos o
sucesos alfabetizados (Barton, 1994), es decir las actividades concretas y observables en las que la
actividad lingüística está mediada por la cultura escrita. Entender la alfabetización digital como una
práctica, o como una práctica situada (Barton y Hamilton, eds, 1999) supone contemplarla como un
proceso de apropiación por parte de los sujetos, y como una reacción específica ante el contexto
concreto en el que se desarrolla, uniéndose así a los enfoques sobre cognición o/y aprendizajes
situados que tanta influencia han tenido sobre las teorías del aprendizaje (Lave, 1989).
2 El eje crítico sobre/de la alfabetización responde más a una concepción educativa que a una
descripción de las prácticas alfabetizadas y no es específico de ellas. Otros autores, como di Sessa
(2000), no lo incluyen de manera explícita, aunque está claramente presente en la discusión que
realiza sobre las formas de aprendizaje y alfabetización. El ya mencionado The New London
Group (2000), por el contrario, lo toma como centro de su reflexión y crítica educativas, así como
Warschauer (1999) al considerar el componente político y de poder que hay en toda concepión
sobre la alfabetización. Una perspectiva más histórica, como la de Resnick y Resnick (1977), nos
muestra cómo los criterios sociales para definir la alfabetización han ido cambiando y haciéndose
cada vez más complejos. Ante la imposibilidad, por motivos de espacio, de analizar los diferentes
ejes nos centraremos únicamente en uno de ellos.
3 Kress y van Leeuwen (2001) han desarrollado una teoría sobre la multimodalidad que aspira a
convertirse en el fundamento del análisis tanto del aprendizaje como de la alfabetización.
Desarrollada posteriormente por Kress (2003) coloca en el centro de la reflexión el carácter
multimodal (varios medios expresados como modos de comunicación diferenciados) de la
comunicación, relativizando la importancia teórica del lenguaje verbal. Esta es una discusión que
viene de antiguo, especialmente en la semiótica de los años 60, y a la que no se añaden elementos
nuevos, pero el énfasis en considerar otros modos de comunicación y de significación parece hoy,
con los nuevos medios, todavía más relevante –aunque la significación y articulación entre el
lenguaje verbal y los otros modos sigue siendo un problema que Kress apenas analiza, y cuya
importancia para una concepción sobre las prácticas escritas, digitales o no, es evidente. No parece
que sea posible un giro teórico multimodal, sino una concepción que integre las diferentes
modalidades comunicativas pero que piense el lugar completamente especial que tiene el lenguaje
verbal, sea escrito o hablado, en relación a los otros sistemas semióticos.

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